Quisiera compartir algunas reflexiones que me llevaron a escribir el libro. ¿Las emociones se educan? Paisajes emocionales de la experiencia educativa.
Como Psicoanalista de niñxs me llamó la atención la propuesta de considerar a la educación emocional como un aspecto a desplegar en las escuelas. Imaginaba espacios de conversación para propiciar la participación y el diálogo. Fue entonces que contribuí con la editorial Santillana en la elaboración de una pequeña historieta que apuntaba a desplegar las emociones de un personaje, un oso Panda, el que protagonizaba las diferentes escenas.
Ambas palabras juntas, educación emocional, en un principio me generaron cierta adhesión pero al investigar sobre el tema fui descubriendo aspectos que no había registrado hasta el momento.
Advertí un lenguaje que resaltaba lo individual, lo personal desde una lógica adaptativa, ligada al autocontrol, a la autorregulación emocional, desde la exigencia de rendimiento y desde una clasificación de las emociones en positivas y negativas o buenas y malas.
Entonces observé que además la propuesta se orientaba hacia la necesidad de convertirlas en habilidades y competencias, tal como se las designa en el terreno laboral, tomando los preceptos de la llamada Inteligencia emocional desarrollada en la década de los 90, con la intención de disciplinarlas y autogestionarlas en pos de obtener el éxito y el bienestar personal a través de alcanzar un mayor nivel de productividad y rendimiento.
En el terreno de la educación considero que podríamos equipararla a un nuevo panóptico disciplinar basado en el autocontrol, en la autorregulación y en la autogestión con el propósito de evitar que sean disruptivas y perturbadoras.
Todo esto va de la mano de una tendencia hacia una supuesta normalidad a la que hay que pertenecer y a lxs niñxs que se apartan de ella se lxs etiqueta siendo depositarios de las deficiencias y las carencias sin considerar ninguna variable institucional o contextual.
Niñxs ansiosxs, inquietxs, retraidxs, contestatarixs, o que no aprenden, son diagnosticadxs desde el DCM5, manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales que los describe como cuadros clínicos planteo desde el cual se justifica la indicación de medicalizar, en muchos casos sin tener en cuenta el contexto y la complejidad de cada sufrimiento o de las circunstancias particulares que lo originaron.
Todas estas distinciones, entre otras, me llevaron a ir cambiando mi punto de vista al respecto y a ir en busca de otras visiones y miradas provenientes de diferentes campos disciplinarios como la Filosofía, la Antropología, la Sociología, la Psicología, la Arquitectura y la Pedagogía para comprender con mayor profundidad la dimensión afectiva y emocional de la experiencia educativa en el marco de los derechos de las infancias y del pensamiento complejo que nos propone salir de los planteos dicotómicos o binarios.
Mi intención y mi expectativa a partir de la escritura del libro es contribuir al debate y a la reflexión para la construcción colectiva de un pensamiento que le dé sustento a una perspectiva dinámica, atenta a la diversidad de problemáticas y a las necesidades de las infancias que merecen ser consideradas y no acalladas ni controladas, sabiendo que los conflictos son tensiones inherentes a las relaciones humanas.
Por una escuela que aloje las diferencias, que contenga afectivamente a los miedos, al enojo o a las tristezas de los niñxs, que permita que la confianza y el afecto nutran los vínculos pedagógicos.